jueves, 29 de septiembre de 2011

Puedo soplar las nubes grises pa que tengas un buen día.


No era la primera vez que me sentía así, ya lo había sentido antes.
Recordaba la primera vez, cuando mamá me cogió y me dijo:
Lo que te pasa es que tienes miedo, miedo de enfrentarte a ti misma, de que te rechacen, de decepcionarte, deperderlo todo, de humillarte, de no saber, de no poder, de quedarte sola, de dejar marchar lo que más te importa, de equivocarte, de sentirte inútil o perdida, de no ser nada, de arrepentirte, de hundirte, de fallarme...
Y era exactamente lo que sentía ahora.
¿Cómo podría saber si lo haría bien, si...no sé, haría lo correcto?
Recuerdo como me decía que si dejaba que me ganara el pulso se llevaría mi vida.
Me abrazaba y me decía que lo malo no era tener miedo, sino que me condicionara, que me privara de vivir.
Y luego llegaba lo difícil, sobreponerse, enfrentarse a uno mismo.
Lo único diferente ahora, era que sabía qué me hacía estar así, más bien quién, y la verdad es que ya hacía más de ocho meses que nos conocíamos... aunque creo que fue más tarde cuando realmente empezó lo mejor, cuando éramos uno.
Nuestra complicidad llegó a ser increible, realmente nos sentíamos... y no hablábamos, no hacía falta.
Hoy, ocho meses y medio más tarde, muchos sentimientos se mezclan en mi pecho, y me atrapan, noto como me atrapan.
La felicidad me desborda, lloro de alegría, me río, y sonrío una y otra vez al saber que está aquí, cerca, y me conformo con verle dormir, con acariciar su suave pelo, con admirar su fragilidad... pero no puedo evitar que el miedo me acorrale.
Abre los ojos, y entonces todo se me olvida, los miedos se desvanecen, y durante un tiempo incalculable me siento capaz de todo.
Mientras me sumo en mis pensamientos, una enfermera me recuerda que hay vida más allá de nosotros:
- ¿Cómo se va a llamar? - me pregunta.
- Pues... hemos decidido que Marcos.- respondo sonriendo.

martes, 20 de septiembre de 2011

Aprender a caer antes que a caminar.


Para volar hay que empezar asumiendo riesgos.
Si no quieres, lo mejor quizá sea resignarse y seguir caminando para siempre.

Jorge Bucay

jueves, 1 de septiembre de 2011

Nunca se sabe qué traerá la marea.


Las olas, a lo lejos, huyen asustadas. El tiempo las acuna, la nada las atrapa.
Su fugacidad, su vaivén y su compás nos hipnotizan, su silbido nos resguarda.